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En la caverna de Platón

Con la invención de la cámara fotográfica el mundo tuvo la oportunidad de configurar la realidad. Las nuevas generaciones conocieron el mundo mediante imágenes, dotándole de una diversidad de realidades muy ajena a la que se podía adquirir con los propios ojos.
De pronto la cámara se volvió un objeto esencial para cada ser humano, siendo que en un principio este sofisticado instrumento sólo podía ser operado por los mismos inventores o por una limitada clase social. 
Utilizada en un principio para dar orden, un registro fiel de lo que se plantea almacenar, quizá para un uso futuro, quizá parte del archivo atemporal. Y es justo lo que generan las imágenes; la habilidad de olvidarse del tiempo, manteniéndolo intacto.
Una gramática, una nueva ética de la visión que empezaba en el órgano ocular pasando por la cámara fotográfica que tenía una opinión muy distinta, la cual compartía con nosotros y a su vez otorga una nueva interpretación de la realidad aunque ésta dependía de la conciencia en la operación, el gusto humano. El poder de congelar seres vivos, espacios, climas o la pura sensación experimentada en el momento, el cual es capturado para siempre. Fotografiar es apropiarse de lo fotografiado.
En otro tiempo los libros tenían una gran responsabilidad, siendo un objeto mental donde se podía interpretar pero al final sólo era eso, una perspectiva única de cada lector. La fotografía está al alcance de todos. Lo hemos visto en el imaginario de la familia perfecta, la cual crea toda una cronología al alcance, donde se coleccionan sentimientos otorgados en el momento de captura. Coleccionan el crecimiento de los niños, la mudanza, fiestas del año o el registro leal de sus vacaciones, donde se genera una ansiedad por tener pruebas de haber gozado. 
Entonces identificamos la omnipresencia, todos tienen una nueva arma y no sabemos en qué manos pueda terminar. La persona adquiere poder sobre la otra, ya que puede atentar contra toda privación, toda intimidad que al final a la cámara no se le puede ocultar. Y es que una fotografía llega a ser un material confuso, de pronto generador de nostalgia encapsulada, en otro momento la semilla del horror, la prueba del infierno en la tierra. "Sufrir es una cosa; otra es convivir con las imágenes del sufrimiento" dice Susan Sontag que relata un cambio en ella después de ver cierto material. 
Las imágenes de pronto pierden la sorpresa, se genera la morbosidad; estar cerca de algo que existe pero no podemos olerlo, sólo ver más y más. 
La intención de las sociedades industriales es diabólica, por un lado otorgan un arma que los vuelve adictos a las imágenes, distrayéndolos de las atrocidades reales, seduciéndolos con todo un mundo de posibilidades falsas. Al final me pregunto cuál es la verdadera libertad en capturar una miniatura de la realidad, ¿la cámara fotográfica tiene un verdadero objetivo?

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